"Nadie merece tus lágrimas... pero si alguien las merece, jamás te hará llorar..."
Anónimo.

lunes, 22 de diciembre de 2008

Un relato... "diferente".


Antes de que el año termine, y de que pasen las Navidades... quiero dejaros aquí un relato que escribí hace algunos años para ser emitido en radio.
Un relato distinto...
Con un punto de vista diferente de las navidades.... ya sabéis que me gusta ver todas las caras del dado...



Aquí os lo dejo y con él, me despido hasta primeros de año. Deseo que 2009 os traiga toda la felicidad que os merecéis.
Gracias por estos meses colmados de cariño.


"NUESTRAS NEGRAS NAVIDADES"

"Siempre que llega el frío, mi madre se arrincona en un extremo de nuestra casa y cae en una profunda depresión.

Sólo recuerdo un invierno anterior. Por lo tanto, debo ser aún muy pequeño. Mis hermanos, algunos mayores y otros más jóvenes que yo, se aferran a mi madre e imitan siempre su actitud. No lo entiendo.

Somos muchos en casa. Al menos quince, más mi madre, claro. Vivimos en un sitio que dicen que es horrible. A mi no me lo parece, la verdad.

Jugamos todo el día en la calle y en casa, mis hermanos y los demás, porque somos muchos, muchísimos. Hay muchas mamás con un montón de hijos. De todas las edades. Así que siempre hay con quien jugar. Cuando mis hermanos se enfadan conmigo, pues busco a cualquier otro.

Claro, que ahora que lo pienso... nunca he visto papás. No sé por qué. Una vez le pregunté a mamá:

- Mami, ¿Por qué nuestro papá no está aquí?
- Hijo... papá está lejos. Ellos se lo llevaron. Debiste nacer hembra.
Estaríamos juntos mucho más tiempo...

Mi madre siempre hablaba mal de ellos, de los que se llevaron a papá. Pero la verdad es, que no entiendo muy bien por qué. Al fin y al cabo, son los que nos proporcionan la comida y la bebida que todos necesitamos... Si fuesen malos... digo yo que no nos darían de comer. Bien es verdad que la comida es escasa pero, al menos, no nos morimos de hambre.

La cantidad de comida varía según la época del año. La mejor época, sin duda, es ésta. Cuando acaba el verano y el otoño está en pleno apogeo, la comida siempre es abundante. Qué digo abundante, es extraordinaria, excesiva, y, sin embargo, mi mamá y todas las demás mamás insisten en que no la tomemos. Que no comamos más que lo justo. ¡No lo entiendo! Un maíz tan tierno y tan hermoso desperdiciado. Y, claro, los amos se enfadan, y con razón, creo yo.

Aquel día nevaba. La calle se cubría con un grueso manto blanco y vi algunas personas sonrientes que pasaban delante de mi casa. Por un ventanuco, al que conseguía subirme de vez en cuando, podía ver apenas los tobillos de la gente que paseaba por allí. Sólo tenía acceso a la figura completa cuando pasaban por la acera contraria, frente al ventanuco.
Y así lo vi: Un gran árbol, un abeto creo, adornaba una plaza cercana. No podía retirar mis ojos de él. Soltaba destellos de colores y unas esferas metálicas, bellísimas, colgaban de sus ramas. Corrí abajo y busqué a mi madre.

- Mami, ¡Mami! ¿Qué clase de frutos da ese árbol que hay en la plaza?
¿Cómo se llaman? ¿Se comen?
- No son frutos, cariño. Son adornos de Navidad. –La tristeza se reflejó en su
rostro-.
- Ah... Navidad. ¿Navidad? ¿Qué es la Navidad, mami?
- Navidad... -dijo como buscando las palabras- Es una época negra. La
época en que las familias se deshacen. La época en que la desgracia se
cierne sobre nuestras cabezas.
- ¿Y por qué la gente va tan contenta, mami? Los niños sonríen. Y no he
visto, como el resto del año, que los hombres se peleen.
- Te hablo de nosotros cariño. De nuestra familia. Tu hermano mayor... tal vez
se marche pronto... como papi.
- ¿A dónde?
- ¡Ssshhh! Traen la comida y el agua. ¡Corre! escóndete en aquel rincón.
Estás tan grande para tu edad..., ¡Vamos, escóndete!

Yo corrí despavorido al último rincón de mi casa. Precisamente bajo aquel ventanuco. Me acomodé como pude al lado de una caja de manzanas medio podridas. Un exquisito manjar. Los copos blancos comenzaron a caerme encima. ¡Estaban helados!

Reflexioné sobre lo que mi madre me había contado. Cuanto más lo pensaba, menos lo entendía. Según mi madre, la Navidad no es igual para todos... Sin embargo, a mí me gustaba... Escuchaba de cuando en cuando, unas cancioncillas muy tiernas que hablaban de amor, de paz y de amistad, ¿Cómo podía ser eso algo malo? ¿Por qué nosotros no cantábamos aquellas melodías y nos sentíamos tan dichosos como ellos? Al fin y al cabo todos vivimos en la misma ciudad. Y, si bien es verdad que somos pobres, comemos a diario y, seguramente nuestro amo se siente contagiado de los villancicos y del ambiente Navideño, y esa debe ser la razón por la cual, en estas fechas, la comida es abundante y excelente. Pero mi madre sigue empeñada en no comer ella y en que no comamos nosotros.

Uno de mis amigos se ponía ciego de maíz y, de vez en cuando y a escondidas, me llevaba un puñado para mí. Lo comía con avidez y siempre me sentaba mal. Los remordimientos de conciencia por haber desobedecido a mi madre, hacían que se me cortase la digestión.

Mi madre tenía razón. Aquel invierno, aquella Navidad, mi hermano mayor se marchó. Fue dramático. Mi madre gritaba. Nunca la había visto así. Me di cuenta, en ese momento, de cómo una madre defiende a sus hijos en circunstancias tan duras. Se enfrentó al hombre que entró a buscarle. Le hirió en una mano, que sangraba. Él no dudó en patear a mi madre. Aquello me indignó. ¡Era Navidad!

Dónde fue mi hermano lo supe algo después.

Durante la noche más fría de aquel invierno la calle quedó desierta más pronto de lo normal. Mi madre estaba especialmente triste. Cuando la noche era cerrada y sonaban las doce en el reloj de la plaza, muchas de las madres se reunieron como en un ritual sagrado. En círculo lloraban y relataban como una especie de oración. Me acerqué a ellas. Al ser pequeño, me estaban permitidos privilegios que a los mayores se les prohibían. Allí sentado, junto a mi madre, pude ver cómo las lágrimas brotaban de los ojos de todas ellas, que sin duda alguna, estaban destrozadas por el dolor. ¿El dolor de la Navidad? Me acurruqué junto a mi madre y ella me acogió casi sin advertir que yo la miraba desde abajo.

- Mami... -susurré-.
- Ssshhh.
- ¿Por qué lloras, mámi? ¿Qué te pasa?
- Ven conmigo.

Me rodeó con su brazo y me empujó suavemente lejos del grupo. Ven, me dijo. He de hablarte de algo importante.

Me sentí mayor. Supuse que mi madre iba a contarme por fin, dónde estaba mi hermano, todos los hermanos mayores y todos los papás. Y así fue. Lo que no sabía es que aquello hizo que nunca más fuese pequeño. Que nunca más deseara comer aquella deliciosa comida que por Navidad nos ofrecían. Y sobre todo, que nunca más deseara una nueva Navidad.

“Verás hijo, -comenzó- Las personas tienen la necesidad de adornar con costumbres sus celebraciones. Como ya te dije un día, las Navidades de los hombres no son como las nuestras. Mientras sus casas se llenan de luz, amor, amistad y, sobre todo, de cosas materiales: regalos, comidas, bebidas... Nuestra casa se llena de terror, incertidumbre y dolor.

Hay una tradición, en el mundo de los hombres, que dice que la noche de Nochebuena, con toda la familia reunida: la que se quiere y la que se odia, en torno a una mesa, han de sentarse todos a degustar gran variedad de alimentos.: Los que les gustan y los que no. De dulces: los que les agradan y los que les enferman. De licores y alcohol: los que les alegran y los que les emborrachan. Y junto con todos esos manjares hay uno, concretamente uno, que no debe faltar. ¿Sabes cuál, hijo? -No mami- Dije temiéndome lo peor. Si mi amor: El pavo. Y tu hermano, tu papá y todos los demás que van faltando cada año de este corral se sientan a la mesa de los hombres para que ellos cumplan con su tradición sagrada, para que la Navidad sea Navidad.

Nunca me recuperé de aquel golpe. Durante el año siguiente, sabiendo que cuando llegase de nuevo el frío y mi madre volviese a acurrucarse en el rincón, yo también me sentaría a la mesa de los hombres, me dediqué, como una madre más, a prohibir a los pequeños que comiesen en exceso. A disfrutar de la vida, de la poca vida que me quedaba.
Efectivamente yo era joven, pero los puñados de maíz que mi amigo (que por cierto cayó aquel año) me traía a escondidas, habían hecho de mí un Pavo grande y hermoso.
Digno sin duda de sentarse a la mesa de Navidad, y compartir con los hombres, aquello que mi madre acertó en llamar “Nuestras Negras Navidades”.
(Este texto está registrado)

Hasta dentro de unos días.
Os quiero.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Enero y sus "comeduras de coco"


Se termina el año y comienzan, irremediablemente, los nuevos propósitos, las nuevas colecciones, dejar de fumar..., las enmiendas de terribles fallos cometidos...
Al final todos andamos cortados casi por el mismo patrón...
Quien, llegadas estas fechas, no se ha preguntado qué hizo el año que termina... si consiguió lo que se propuso tan seriamente hace ahora 12 meses... siempre la misma historia, la misma comedura de tarro que te hace tener taquicardias y sentirte como el mismo culo porque no cumpliste con aquello o con lo de más allá...

Se hace necesaria la reflexión, llegados a este punto... ¿Porqué necesitamos tantas fronteras? ¿Porqué somos tan infantiles, que al ver cintas de colores, se nos dulcifica la mirada? ¿Es hipocresía? ¿Inercia?
Por qué curioso proceso mental, nos sentimos abocados a comidas con familiares que son odiosos durante todo el año y durante dos semanas hacemos un esfuerzo (siempre los mismos) por evitar los enfrentamientos... cuando sabemos perfectamente que ese personaje volverá a las andadas en cuanto devore la cena que has preparado durante horas y que ni siquiera se digna a agradecer... que siempre está demasiado fría o demasiado sosa... cuando no es escasa o un derroche de dinero innecesario...
Uno se carga de una paciencia que nunca pensó tener y aguanta, aguanta... y hay mesas de Navidad donde sus comensales son verdaderas ollas a presión a punto de estallar. Estoy segura de que alguna tragedia pasaría si, de repente, alguien diese rienda suelta a sus pensamientos y eso produjera una reacción en cadena... Los instintos más bajos, los reproches más antiguos saldrían como dardos envenenados en un fuego cruzado...

No quiero ahora ir en contra de las tradiciones. Soy la primera que entro al trapo del consumismo excesivo, de poner ojos de cordero degollado cuando veo cientos de personas comprando regalos ilusionados...
Que me quedo con la boca abierta con las luces que decoran la ciudad por las noches, con esos grandiosos arboles de navidad y canturreo por lo bajini algún que otro villancico, casi sin darme cuenta...
Así que voy a jugar a lo que jugamos todos en estas fechas...
Mis deseos y mis promesas para el próximo año son sencillas esta vez...

Por una parte, he descubierto que si yo no soy feliz... no puedo hacer feliz a nadie. Así que uno de mis objetivos es ser lo más feliz posible para poder trasmitirlo y reflejarlo a todo el que me rodee...
Y por otra, seguir descubriendo esos huecos de mi misma que son luminosos, sorprendentes y que siempre estuvieron ahí, esperando a ser descubiertos y que yo, torpe de mi, nunca había visto...
El descubrimiento de un TODO al que todos pertenecemos, como una pequeña parte de ese gran engranaje que es la vida... compartir ese camino con los demás...

Lo que conseguí este año no es mucho, pero me propuse sonreír más y lo conseguí. Sonrío por la calle, siempre que puedo. Soy amable con los que me rodean y reparto todos los abrazos y todo el cariño que es posible... He descubierto que me ha sido devuelto con creces... que he llenado sacos de bondad, amor, amistad, respeto que rebotó al entregarlo, de manera mucho más brillante y abundante...
Conseguí dar gracias, cada mañana al levantarme de las cosas buenas que fuese a recibir ese día... Y sonreír ha sido el primer gesto de cada amanecer de estos últimos meses... He descubierto que funciona... Os lo recomiendo. Una sonrisa y un agradecimiento por lo bueno que está por llegar... curiosamente, cada día llegó algo bueno, desde lugares y personas distintas, he tenido un regalo cada día, que me hacía feliz durante unos instantes...
Hermoso ¿no?
Y todo eso, sin ser Navidad... todo eso sin ponerme caretas, sin pedir nada a cambio. Todo eso, simplemente por vivir de la mejor manera posible... primero para mí y después para los demás...

Esto de pensar primero en uno mismo parece un acto de egoísmo pero alguien me explicó de manera muy gráfica porqué ha de ser así...
Me dijo: "si viajas en un avión y éste sufre la despresurización de la cabina del pasaje... imagina que llevas un bebé en tus brazos... Las máscaras de oxigeno caen frente a tu cara... El bebé no tiene máscara... ¿Qué harás? ¿Se la pondrás a él para salvarle la vida...? ¿Cuánto aguantarás tú? y cuando mueras... ¿Quién le ayudará? Si tu no estás en condiciones... no podrás salvar al débil. Primero te pondrás la máscara, cuidarás de estar fuerte y bien para salvar al bebé... sino moriréis los dos..."

Pues de eso se trata. Aquel sabio refrán que decía: "la caridad bien entendida, empieza por uno mismo.."
Os deseo lo mejor para 2009. Os deseo la fuerza para repartir sonrisas, amor, amistad y respeto y que podáis comprobar como yo... que todo es devuelto y que las personas malas... tan solo reciben maldad... pero no es necesario hacer nada. No es necesario que tu te encargues... la justicia, se hace sola... Si les odias, si no les perdonas o no les ignoras... entras en su círculo... y mira que luego es muy difícil bajarse de ese carro.


¿Tienes propósitos para el nuevo año? ¿Conseguiste algo de lo que pensaste hace ahora 12 meses?

Un beso y todo mi cariño.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Bajo presión....


La presión social hacia lo bello, paradójicamente, hace de nosotros seres feos por dentro, por insatisfacción y feos por fuera, por ansia de conseguir lo que no existe.

Lo natural, los cuerpos naturales, parecen haber desaparecido de las pantallas de televisión, de las revistas.... Mujeres con grandes labios carnosos, hombres con culos imposibles y rostros impensables. Pechos turgentes a los 45...
¿No os habéis fij
ado que ha llegado un momento en que todas las presentadoras de televisión "se parecen"? Hay momentos en que uno las confunde...
Debe ser que van al mismo cirujano y los modelos de nariz, pómulos, ojos, estiramientos y mentones se repiten y está claro que hay favoritos.... Un puzzle que termina conformando una fauna de caras (más bien caretas) muy similares, acordes con los cánones establecidos de lo que entendemos por belleza...

Pues yo lo siento mucho, mi cuerpo dista muchísimo de ser perfecto, mi cara no es bonita, ni mi piel es de terciopelo... Mis dos hijos han dejado mi tripa "herida". Señales de guerra que luzco con orgullo...
Esas patitas de gallo dan un toque especial a mi mirada. Mis manos acusan tantos pañales cambiados y tantos platos fregados... y tantas caricias también. Mi cuerpo delata mi vida y
eso dice cosas de mí. Habla de mi vida, que no fue siempre feliz.
Las lágrimas dejaron surcos que forman el mapa de mi piel. Mis risas la estiraron hasta romperla... esas arruguitas son de risa... ¡Cómo iba a quitarlas! Son mi vi
da, me acompañarán... Mi cintura, perdió algo de tono, inevitablemente... Esos pastelillos, esas paellas... También las disfruté...
A pesar de tener una talla 38 no aguantaría seguramente una sesión en bikini en vivo, jajaja. Por eso no la hago... Pero no me importa, ¿Quien necesita una sesión de fotos a estas alturas? Me quedo solo con las fotos buenas y las "malas" las borro que ahora son gratis...

Hacemos mucho daño a los jóvenes con las exigencias de ser "perfectos". Hoy no entraré en temas tan graves como la anorexia o la bulimia, la tristeza, la agresividad, la frustración.... y tantos ejemplos para ilustrar lo que provoca nuestra (y me incluyo, como no) intolerancia por lo feo, por lo que no "cumple" con las normas...
Y es que nos hemos acostumbrado a lo bello, lo fácil, lo hermoso... y sigue habiendo gente normal,
como yo, que nos sentimos a veces ignorados o inferiores cuando nos sobraron algunos kilos o algunos granos cubrieron parte de nuestro rostro... Unas gafas o unos alambres correctores en los dientes, que pueden hacer estragos...

Lejos de querer frivolizar con el tema, os confesaré que yo misma estuve en el borde del abismo, cuando perder peso se convirtió en el centro de mi vida y lo conseguí, conseguí perder mucho peso... tanto que llegue a pesar 44 kilos (como una niña de 12 años) y aún no sé, porqué perverso mecanismo mental, no conseguí dejar de ver a alguien "gordo" en el espejo...

Hoy he recuperado parte de ese peso (unos cinco kilos) y procuro no mirarme mucho a los espejos, ya que me veo gorda siempre... creo que es un lastre que llevaré siempre conmigo. Gracias a que mi sentido común me dijo que, lo que mis ojos me muestran, no es la realidad. Que soy una persona normal, con un peso y talla normales... Solo me pregunto qué hubiese pasado si llego a ser algo más débil, o algo más joven... Tal vez hubiese caído en ese torbellino de dolor y disparate que es la anorexia... Que me rondó tan cerquita...

Cuidado con las comidas de los chicos y chicas, que se pasean por ese filo de la navaja... Es muy delgado y muy afilado. Te cortas, fijo.


Ya sé que todos me diréis que Elsa Pataki está como un tren y yo no voy a negar que Harrison Ford, me quita el sentido... Pero seamos serios... ¡No existen! Nunca he visto a Brad pitt en el metro o a Nicole Kidman en el super...


Yo creo que son creaciones por ordenador... je, je.


Y a tí, ¿te preocupa mucho tu aspecto?
Un beso,