Mi abuela caminaba cansina por el Paseo del Quince de Mayo... casi en un arrastrar de pies, no por los años, sino por la pena.
Ella se arrastraba por la vida mientras yo revoloteaba a su alrededor, riendo saltando y preguntando sin parar.
Los momentos con ella me hacían sentirme libre, querida, consentida y respetada. Era feliz, podía saltar sin que alguien me chillara, podía hablar (una de las cosas que mas me gusta hacer en la vida) sin que nadie me dijera "¡Calla ya, niña...!" y de vez en cuando me acariciaba la mejilla o me arreglaba las coletas. "A ver este lazo... que lo tienes torcido..."

Abuela, y qué hacías de niña. Abuela, cuéntame otra vez lo del cuervo que tenías amaestrado... y lo de cuando saltabas desde una ventana a un montón de paja.... Dime cómo era tu cuarto...¿Que no tenías cuarto? Preguntaba exagerada... ¡como si no lo hubiese oído mil veces...!
Todo aquello, escuchado una y otra vez, se volvía nuevo para mí cada vez que ella me lo contaba, con un nuevo matiz, con algo que se había dejado en el tintero... Deliciosas conversaciones camino al cementerio de San Isidro donde mi abuelo reposaba bajo otro nicho vacío, que años después, supe que era de ella...

Ya dentro del cementerio, bajo la sepultura, yo la observaba desde abajo, a su lado veía como ella alzaba la vista al nicho y siempre me decía: "Tachita, anda, dile hola al abuelo.." -Hola abuelito... Y entonces me apartaba... solía llorar y yo, no podía soportarlo.
Correteaba por entre tumbas hermosas, lápidas que se me antojaban muy antiguas., grises, custodiadas por angelicales figuras o vírgenes hermosas. Grandes cruces o fotografías bajo un cristal abultado...
No sentía pena... sólo si la miraba a ella, cosa que no hacía hasta que me llamaba.
Nunca jamás observé tanto dolor en unos ojos. Debía quererle tanto...Su mirada se perdía en el infinito... y un suspiro se le caía de la boca.
"Abuela, anda vámonos ya". Tiraba de su mano sin conseguir moverle un milímetro. De repente, parecía volver conmigo y me sonreía... siempre me sonreía. De su sonrisa aprendí lo triste que puede ser una sonrisa...
La vuelta siempre era peor... más lenta, más pensativa...
Y de mayor, como no conocí a mi abuelo...Cuando pienso en él ,sólo veo a una mujer mirando hacia arriba, suspirando...

Mi abuela, el ser más maravilloso que se cruzó jamás en mi camino.
Gracias Abuela, Gracias Manuela por arreglarme las coletas, por acariciarme las mejillas y por no mirar a través de mí... Jamás te olvidaré.
Tu nieta,
Natacha