"Nadie merece tus lágrimas... pero si alguien las merece, jamás te hará llorar..."
Anónimo.

miércoles, 17 de octubre de 2007

Una mañana te levantas...



y te das cuenta de que te has muerto. Te mueves, desayunas como siempre y ves a tu familia, como siempre. Pero... algo ha cambiado. Sientes que te has muerto. Que eres otra persona diferente a cuando te acostaste anoche. Que comienza el resto de tu vida. Cambiaron de repente tus prioridades (¿de repente?) no creo... supongo que hoy era el límite. Supongo que todas las cosas por las que has pasado han cobrado hoy su billete. Los que te rodean no saben nada y tu te sientes perdido, un poco como un extraño entre conocidísimas caras a las que te parece que estás engañando o suplantando al que ayer se acostó.
¿Te has preguntado como se sienten los demás? ellos no saben que has crecido. Ellos no entienden tus problemas, porque no se los has contado.

Este comportamiento es típico de los adolescentes, y este artículo a ellos va dirigido. En un mar de pérdidas todos son náufragos, no olvidéis que si hay un trozo de madera al que agarrarse, se debe compartir con aquellas personas que en algún momento dieron la vida por vosotros.
Crecer es doloroso y, a veces, la desorientación que ésto provoca hace que repartamos coces a diestro y siniestro. Mirad bien hacia quién dirigís vuestra ira. Si crees que la humildad es un signo de debilidad, te equivocas. Si crees que mantener una mentira la hace desaparecer, te equivocas. Si crees que abrir tu corazón te hace vulnerable, te equivocas. Si crees que echar la culpa de las consecuencias de tus decisiones a los demás, te hace más fuerte, te equivocas también.
La injusticia es una acción que siempre pasa factura. Ser joven no te exime de la responsabilidad de ser justo, sincero y coherente en la media de lo posible. Probablemente el pozo de tus desgracias esté dentro de mismo. Es muy fácil salir, solo tienes que gritar pidiendo una escala. Te aseguro que arriba de ese fondo oscuro donde, tal vez, te encuentras, están los de siempre. Los que te llevaban al médico cuando estabas malito, los que pasaron contigo tus noches de pesadillas infantiles, los que lloraban cuando soltaban tu manita en la puerta de la guardería (y aún así lo hacían sabiendo que eso te haría crecer), los que alimentaron tu auto estima para que fueras capaz de tocar el cielo con los dedos, contestaron a todos tus porqués y prepararon cada cumpleaños, cada regalo de reyes... y tantas y tantas cosas.
No lo olvides, crecer es difícil y duele, pero nos duele a todos.

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