"Yo debía tener 11 años y corríamos en bici todo el día. Un camping, cerca de Madrid y el verano en nuestras caritas tan lindas, tan jóvenes, tan divertidas y despreocupadas...
Fuimos compañeros de travesuras, de juegos, de esas primeras confidencias... momentos tan importantes, donde los amigos lo son todo.
Musculitos (mote cruel debido a su aspecto flaco y débil) fue para mí, mi colega, el que compartía mis secretos y el primero que me miró de otra forma. Me hizo sentir una "niña".
Notaba su mirada sobre mis ojos de otra forma a como los niños miran a los ni

ños, algo más que la amistad, nacía el amor... ese tan transparente, puro, donde no cabía ni un beso y mucho menos, un roce o un abrazo.
La espontaneidad de esos sentimientos era tan evidente para los demás, que todos se reían: "a musculitos le gusta Natacha.... le gusta natacha...."
Pero Natacha no estaba por la labor, Natacha solo quería jugar, divertirse y sentirse querida (a quien no le gusta).
Cientos de horas compartidas. En secreto, salíamos de los límites del camping con nuestras bicis.
Había a unos pocos kilómetros una casa abandonada (o eso creíamos) llegábamos hasta allí... y después salíamos corriendo hacia el camping de nuevo.
Una tarde planeamos perfectamente lo que sería la aventura de nuestra vida. El sábado, a primera hora, Musculitos, un chico francés que no recuerdo su nombre y yo, iríamos a la casa. Dejaríamos las bicis en el suelo, entre los sembrados más altos y entraríamos en la casa por un ventanuco roto que había en lo que parecía un sótano...
Esa mañana corríamos pedaleando a ritmo, callados, pensativos. Aquella aventura nos asustaba a los tres... Llegando al caserón, bajamos la velocidad instintivamente. En silencio nos paramos al borde de la carretera y bajamos casi a la vez de nuestros sillines... Contemplamos la casa unos instantes en pié... Se levantaba eno

rme ante nosotros, al otro lado del sembrado. Una mirada y nos adentramos en la finca, buscando una zona de matorrales altos para tumbar la bicis. Allí quedaron apiladas, unas sobre otras...
Nuestras piernas se arañaron con algo que pinchaba y un profundo arañazo me empezó a sangrar.
Musculitos dijo: ¡vamonos! te has hecho una herida, tienes que curarte.
¡Oye, dejame en paz! estoy perfectamente, y chupándome el dedo lo pasé por la herida. ¿Ves? ya no sangra, eres un cagón... ¡Vamos!
El francés abría la marcha. Hacía frío y los nervios no mejoraban la cosa.

Despacio nos fuimos aproximando al caserón, que todavía hoy me pregunto porqué pensábamos que estaba abandonado.
Efectivamente, como el francés había dicho, un ventanuco a ras de suelo estaba roto, el vidrio rajado de parte a parte...
Musculitos y yo retiramos los trozos de cristal y los pusimos en el suelo, junto a la ventana y pasé la primera.
Mis ojos buscaban algo donde poner mis piececitos que colgaban sobre la oscuridad. Al fin algo tocaron, parecía suelo y me dejé caer. No veía nada, salvo la cara de musculitos angustiado por haber dejado que yo pasase primero. ¿qué hay? dijo en susurro gritado.
No veo nada, espera... cada vez mis ojos se iban acostumbrando a la luz y empecé a vislumbrar un montón de trastos sucios, aperos de labranza y al fondo, una desvencijada escalera estrecha, muy estrecha.
¡Venga, bajad ya! Primero el francés, con su larguiruzo cuerpo se dejó deslizar por el ventanuco y cayó a mi lado. Le cogí y le dije "espera que venga musculitos..."
No quería ba

jar...
¡Baja de una vez!
Ante mis órdenes, y sin creérselo él mismo, bajó al abismo.
Allí estábamos los tres, de pie, en silencio. Estaba claro que había que subir aquellos escalones... Las chicas primero... ¡Cobardicas! eché a andar decidida y los escalones se quejaban a cada paso. uno, otro. Ellos detrás de mí.
Una pesada puerta nos cerraba el paso.
Empujé y cedió. Miré atrás y los chicos me sonrieron...
Atravesar la puerta y una explosión de luz nos cegó de nuevo. Un sala grande, una cocina, una chimenea y...¡horror! Comida fresca, un desayuno en una taza que humeaba...
Rápido comprendí que nos habíamos metido en una casa habitada. De un momento a otro saldría un hombre horrible provisto de un hacha y nos haría pedazos por haber roto su ventana y haber profanado su hogar.
Dí la vuelta y, atropellando literalmente a musculitos y al francés me lancé escaleras abajo, haciendo aspavientos para que me siguieran. Ellos acababan de descubrir también la taza de café y el pan tierno...
Corrimos y caímos por la escalera como tres torpes perrillos. De un salto alcancé e

l ventanuco para salir de allí como alma que lleva el diablo... Pero al apoyar mis manos sobre el suelo para salir, me clavé uno de los cristales de la ventana.
Los tres tardamos pocos segundos en subir de un salto a las bicis.
Alguien gritaba a nuestras espaldas. No nos volvimos, pero aún hoy, creo que era un hombre enorme con un hacha en su mano...
Cerca ya del camping noté mi mano pegada al manillar de la bicicleta. Sangraba mucho y, como iba la última, los chicos no se daban cuenta de que regaba la carretera con decenas de goterones rojos...
Cuando estuvimos s

uficientemente lejos, musculitos y el francés se pararon a esperarme. Estaba mareada y a punto de caer... algo iba mal... Me desplomé golpeándome la frente.
La cara de musculitos, llena de lágrimas, estaba a dos centímetros de la mía. Al abrir los ojos, ambos estaban sobre mí, angustiados.
¡¿Qué haceís?! quita, quita. No soportaba mostrar mi debilidad, haberme desmayado, qué vergüenza... y estos dos allí mirando... ¿Te ayudo? musculitos me tendía la mano. ¡No! puedo yo sola. Qué va... me dolía la cabeza y la mano.
Alguien me había puesto un trozo de tela... no, era la camiseta de musculitos, atada a mi mano.
No tuve más remedio que dejar que me ayudasen. Montamos en las bicis... camino al camping.
Las explicaciones fueron de lo más peregrinas. Ellos se llevaron una bronca horrible por no haber c

uidado de la "niña" la "enfant terrible" que había maquinado todo el plan.
Después, entre los demás niños del camping, corrió el rumor de que un hombre horrible había alcanzado a natacha, primero le arañó en la pierna, mientras le perseguía, quiso cortarle una mano, pero ella escapó, aunque aún recibió un terrible golpe en la cabeza... Ellos ni siquiera intentaron ayudarle...
La fama de Natacha subió como la espuma aquel verano mientras el francés y musculitos quedaron como unos verdaderos cobardes..."
Hoy, 30 años después, no sé qué será de musculitos. Dónde andará... cuántos hijos tendrá, un buen trabajo... ¿será felíz?
Mantuvimos la amistad durante unos años más... Me proporcionó mi primer trabajo, a los 20 años, depués se casó... me casé...
Si por las cosas de la vida, musculitos, leyeras esta historia de la que seguro que te acuerdas, espero que la vida te vaya bonita... Déjame un comentario y me harás feliz... te he echado de menos muchas veces, amigo... formas parte de mi vida y yo de la tuya, queramos o no... Recuerdos que no se pueden borrar...
Todos tenemos amigos importantes que el tiempo diluyó en el olvido...

¿los has buscado tú? o tuviste miedo a no ser recordado, miedo al ridículo...
Tal vez te gustaría contarnos tu historia... Ésta es la mía. Mi amigo perdido...
Un saludo,
Natacha.