Hoy quiero quejarme. Quejarme del abuso que algunos comercios, y en especial algunas grandes superficies que todos conocemos, ejercen sobre el pobre consumidor que es "cacheado" de forma invisible por los arcos situados a la salida de las cajas y en las puertas de salida, que se equivocan provocando situaciones como la que voy a contar que me ocurrió hace poco tiempo en El Corte Inglés.
Vaya por delante que estoy de acuerdo con que existan medidas de seguridad adecuadas para proteger a los establecimientos de los cacos que despistan la mercancía.
El caso es el siguiente, y no ha sido la única vez:
Entro en los grandes almacenes a dar una vuelta con mi familia. Paseo, miro, remiro, en fin... lo de todos.
Decidimos irnos y, al salir por la puerta, por entre los arcos diabólicos con luces en su parte superior, aquello empieza a pitar, las luces comienzan a parpadear...
Reacción inmediata: nos miramos unos a otros, nos percatamos de que todo el público ya nos mira, alguno, incluso, con desprecio, como diciendo "hay que ver, con dos críos pequeños" y luego está el matrimonio jubilados que se alegra de que haya espectáculo para mirar. ¡Y vaya si lo hubo!
Todo decidido se acerca el vigilante jurado (que te mira con una sonrisita de media comisura). Eso ya te jode.
Se dirige a mi pareja, como si yo o mis niños no tuviéramos manos...
Y le espeta: "¿Puede vaciarse los bolsillos?" A lo que mi marido responde: "No". La cara del susodicho fue un poema "¿Ha dicho no? No puede ser. Me ha dicho que no, a mí, a la máxima autoridad de la ciudad.
Pero insiste. Lleva usted algo que ha pitado y no le puedo dejar salir.
¡Já! ahora si que la hemos hecho buena. Me acerco a él y le digo: "Vamos a ver, está usted acusando a mi marido de robar. No llevamos nada. El detector está mal. Además usted no está autorizado a registrarnos ni a retenernos".
El vigilante, pobre, (que por otra parte estaba haciendo su trabajo) no daba crédito. "Ya pero es que... Los argumentos se le estaban acabando.
"Déjeme hablar con su jefe", le dije. "Es que está comiendo". Mientras tanto, claro allí se había montado la de dios: unos criticaban, otros opinaban, nos miraban de arriba a abajo e incluso ya comentaban entre ellos.
Aquello me estaba superando. No he robado en mi vida y la situación en que me encontraba era de total indefensión por el fallo de un puñetero detector.
Total, el jefe no está, el vigilante no nos deja marchar, mi marido se niega a ser registrado. Punto muerto.
Solución: Llamar a la policía. ¡No! el vigilante no. Nosotros llamamos a la policía. "Por favor, estoy en El Corte Inglés, se me retiene contra mi voluntad y se me acusa de robar con el testimonio de una máquina infernal, y si alguien tiene la última palabra ha de ser una autoridad competente".
La policía se pone en camino. El vigilante no puede con la vida y nos mira de hito en hito. Esto lo contará esta noche y mañana a todas sus amistades y familia.
Por fín, tras una larga espera, imaginad todos de pié en el quicio de la entrada, los niños, que no saben ya donde meterse. La gente se acomoda para ver el final del espectáculo, el vigilante suda, pasea sin alejarse dos metros. De repente aparecen varios vigilantes más (amigos del anterior y vecinos de local en posible ayuda logística). Se colocan a ambos lados de la puerta de entrada y salida como si fueran "los hombres de Harrelson" (hay que reconocer que aquello les hizo sentir que no cabían en el uniforme).
Llegado el rumor hasta el jefe, supongo, apareció por allí un poco apurado. Con modales de comercial aventajado nos dio la mano, se presentó y pidió que le explicáramos la situación.
Una vez expuesto el problema (ya había pasado más de una hora desde que intentamos marchar del establecimiento), este hombre nos dice: "¿Me da usted su palabra de honor de que no lleva nada?". Aparte de sonar como un culebrón barato, mi marido decidió dársela, puesto que era cierto que no habíamos robado nada, pero aquello seguía pitando cada vez que mi pareja intentaba salir.
Este hombre nos permitió salir por la ruidosa puerta, despidiéndose de nosotros educadamente. En las caras de la gente quedó, no obstante, la duda de si éramos o no una familia de delincuentes. La duda razonable en el vigilante, en los empleados del departamento anejo, la duda de los espectadores... en fin. LA DUDA, de eso tengo que quejarme, de la duda que queda en aire si no eres sometido a un registro ilegal por un personal no autorizado a hacerlo. A veces por que a la señorita en cuestión de la caja se le ha olvidado quitar la pegatina chivata de un libro que ya has pagado.
En este caso, y para que nadie se quede con las ganas de saber qué demonios fue lo que hizo que el arco entrara en funcionamiento, diré que se trata de una tarjeta magnética que mi marido utiliza en su puesto de trabajo, que nos hace quedar en ridículo y pasar con los ojos cerrados rogando que no suene, cada vez que pasamos por la entrada de cualquier comercio. Que no creáis que son pocas. Bastante castigo tenemos con ser, constantemente, sospechosos de delito.
Pediría que gasten un poco más de dinero en los detectores y los ajusten exactamente a los chivatos que cada cual tenga a bien poner a sus artículos, para evitar la vergüenza, la pesadez y el coñazo que supone estar dando explicaciones cada dos por tres.¿Dónde queda aquello de "inocente mientras se demuestre lo contario"? Tal vez deberíamos decir: "Inocente mientras el bicho no pite".
Un saludo.
Vaya por delante que estoy de acuerdo con que existan medidas de seguridad adecuadas para proteger a los establecimientos de los cacos que despistan la mercancía.
El caso es el siguiente, y no ha sido la única vez:
Entro en los grandes almacenes a dar una vuelta con mi familia. Paseo, miro, remiro, en fin... lo de todos.
Decidimos irnos y, al salir por la puerta, por entre los arcos diabólicos con luces en su parte superior, aquello empieza a pitar, las luces comienzan a parpadear...
Reacción inmediata: nos miramos unos a otros, nos percatamos de que todo el público ya nos mira, alguno, incluso, con desprecio, como diciendo "hay que ver, con dos críos pequeños" y luego está el matrimonio jubilados que se alegra de que haya espectáculo para mirar. ¡Y vaya si lo hubo!
Todo decidido se acerca el vigilante jurado (que te mira con una sonrisita de media comisura). Eso ya te jode.
Se dirige a mi pareja, como si yo o mis niños no tuviéramos manos...
Y le espeta: "¿Puede vaciarse los bolsillos?" A lo que mi marido responde: "No". La cara del susodicho fue un poema "¿Ha dicho no? No puede ser. Me ha dicho que no, a mí, a la máxima autoridad de la ciudad.
Pero insiste. Lleva usted algo que ha pitado y no le puedo dejar salir.
¡Já! ahora si que la hemos hecho buena. Me acerco a él y le digo: "Vamos a ver, está usted acusando a mi marido de robar. No llevamos nada. El detector está mal. Además usted no está autorizado a registrarnos ni a retenernos".
El vigilante, pobre, (que por otra parte estaba haciendo su trabajo) no daba crédito. "Ya pero es que... Los argumentos se le estaban acabando.
"Déjeme hablar con su jefe", le dije. "Es que está comiendo". Mientras tanto, claro allí se había montado la de dios: unos criticaban, otros opinaban, nos miraban de arriba a abajo e incluso ya comentaban entre ellos.
Aquello me estaba superando. No he robado en mi vida y la situación en que me encontraba era de total indefensión por el fallo de un puñetero detector.
Total, el jefe no está, el vigilante no nos deja marchar, mi marido se niega a ser registrado. Punto muerto.
Solución: Llamar a la policía. ¡No! el vigilante no. Nosotros llamamos a la policía. "Por favor, estoy en El Corte Inglés, se me retiene contra mi voluntad y se me acusa de robar con el testimonio de una máquina infernal, y si alguien tiene la última palabra ha de ser una autoridad competente".
La policía se pone en camino. El vigilante no puede con la vida y nos mira de hito en hito. Esto lo contará esta noche y mañana a todas sus amistades y familia.
Por fín, tras una larga espera, imaginad todos de pié en el quicio de la entrada, los niños, que no saben ya donde meterse. La gente se acomoda para ver el final del espectáculo, el vigilante suda, pasea sin alejarse dos metros. De repente aparecen varios vigilantes más (amigos del anterior y vecinos de local en posible ayuda logística). Se colocan a ambos lados de la puerta de entrada y salida como si fueran "los hombres de Harrelson" (hay que reconocer que aquello les hizo sentir que no cabían en el uniforme).
Llegado el rumor hasta el jefe, supongo, apareció por allí un poco apurado. Con modales de comercial aventajado nos dio la mano, se presentó y pidió que le explicáramos la situación.
Una vez expuesto el problema (ya había pasado más de una hora desde que intentamos marchar del establecimiento), este hombre nos dice: "¿Me da usted su palabra de honor de que no lleva nada?". Aparte de sonar como un culebrón barato, mi marido decidió dársela, puesto que era cierto que no habíamos robado nada, pero aquello seguía pitando cada vez que mi pareja intentaba salir.
Este hombre nos permitió salir por la ruidosa puerta, despidiéndose de nosotros educadamente. En las caras de la gente quedó, no obstante, la duda de si éramos o no una familia de delincuentes. La duda razonable en el vigilante, en los empleados del departamento anejo, la duda de los espectadores... en fin. LA DUDA, de eso tengo que quejarme, de la duda que queda en aire si no eres sometido a un registro ilegal por un personal no autorizado a hacerlo. A veces por que a la señorita en cuestión de la caja se le ha olvidado quitar la pegatina chivata de un libro que ya has pagado.
En este caso, y para que nadie se quede con las ganas de saber qué demonios fue lo que hizo que el arco entrara en funcionamiento, diré que se trata de una tarjeta magnética que mi marido utiliza en su puesto de trabajo, que nos hace quedar en ridículo y pasar con los ojos cerrados rogando que no suene, cada vez que pasamos por la entrada de cualquier comercio. Que no creáis que son pocas. Bastante castigo tenemos con ser, constantemente, sospechosos de delito.
Pediría que gasten un poco más de dinero en los detectores y los ajusten exactamente a los chivatos que cada cual tenga a bien poner a sus artículos, para evitar la vergüenza, la pesadez y el coñazo que supone estar dando explicaciones cada dos por tres.¿Dónde queda aquello de "inocente mientras se demuestre lo contario"? Tal vez deberíamos decir: "Inocente mientras el bicho no pite".
Un saludo.
3 comentarios:
Hola.
Es tremendo el tener que estar constantemente sintiéndote sospechoso de algo: de llevarte lo que no llevas, de correr lo que no corres, de grabar lo que no grabas. Es esta la bendita sociedad de bienestar, copiada estúpidamente es su mayoría de los Estados Unidos. Un modelo que nos empeñamos en seguir a sabiendas de que es nocivo.
Una vez le puse las orejas calientes a un vigilante porque no me dejaba pasar al centro comercial con mi mochila (de tamaño medio) mientras entraban mujeres de todas las edades con sus bolsos (algunos maxi talla). ¡Qué falta de criterio!
Salu2
Lo de tu mochila ya entra en la categoría de "el mundo al revés" En breve tendremos que hablar de cómo se favorece a las mujeres y se discrimina a los hombres... ya estamos llegando a un punto de rídulo en cuanto a paridad, machismo y nos hemos pasado de la raya hace ya tiempo.
Un saludo
HOla natacha!, muchas gracias por tu visita a mi blog, estaba leyendo esta historia y la vdd no pude evitar reirme, fue muy bochornoso, pero al terminar el asunto me hubiera reido del pobre guardia que no pudo hacer mas que poner cara "what?". Me agrada mucho el estilo acido de tu blog, sin duda yo tambien volvere.
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